miércoles, 20 de mayo de 2015

Tournedó y canelones a la Rossini

Gioacchino Rossini, el compositor de óperas tales como “El barbero de Sevilla”, “Guillermo Tell” o “Semiramis” entre otras muchas, que si no he contado mal llegaron hasta 39, y que también dejó de herencia a los humanos, para deleite de sus estómagos, los aderezos Rossini, hechos generalmente de trufas y foie-gras en los filetes de buey, o los magníficos “huevos Rossini pochés” o lo más conocido en nuestro país “los canelones a la Rossini” e incluso un “cocotte” con vino de Madeira añadido, tuvo una vida apasionada y apasionante, dedicada a regalar a su estómago todas aquellas viandas que habrían sido el sueño de un emperador romano, tanto es así que con motivo de oír un concierto del endiablado violinista Paganini le escribió, según cuenta el novelista Edmond de Goncourt, que sólo había llorado en su vida tres veces, la primera cuando le silbaron una ópera; la segunda cuando, paseando en barca por el lago de Garda, dejó caer una cesta que contenía una pava trufada; y la tercera al oír tocar a Paganini.


Como iremos viendo, Rossini, pese a ser un genio de la música, dedicó toda su vida a los placeres carnales, haciéndose crónico en su vejez la gula, ya que suponemos que la sexualidad lo abandonó pronto como consecuencia de su obesidad, lo cual no le obstaculizaba para ser lo que hoy llamaríamos un pederasta. El mismo novelista Goncourt, en un artículo publicado en el Journal el 20 de enero de 1876, dice lo siguiente: “Ayer se hablaba en el Salón de la Princesa (se refería a la hermana del emperador Napoleón III) sobre Rossini. Se comentaba su priapismo, su gusto al amor… y, en fin, las singulares e inocentes diversiones que el anciano se tomaba en sus últimos años con adolescentes, desnudas hasta el torso y sobre las cuales paseaba las manos, lascivamente errantes, dándoles a chupar su dedo meñique…“, un pasaje de su vida verdaderamente asqueroso y de desviado sexual, pese a que en aquella época no estaba mal visto mantener relaciones con menores.

Pero volviendo a la cocina es momento de narrar lo ocurrido en 1816 entre Rossini y su empresario Domenico Barbaja, que también lo fue de Donizetti y de Bellini entre otros, cuando le contrató para que, por 15.000 francos anuales, le entregara cada año dos óperas. Rossini propuso hacer en primer lugar una obra inspirada en el Otelo de Shakespeare y a su vez Barbaja le ofreció un palacio que tenía en Nápoles, que aún existe y cuya dirección es calle Toledo 205, estando en estos momentos dedicado a hotel y que precisamente se llama Hotel Toledo205.

Seis meses estuvo Rossini de huésped en el palacio comiendo, bebiendo e invitando a los amigos, pero no trabajando en su ópera, caso éste no único en la historia, también tenemos, por ejemplo, el de Leonardo da Vinci, otro buen gourmet, cuando le encargaron pintar su famoso mural “La Sagrada Cena”, el cual estuvo todo un año esquilmando las bodegas y la despensa del monasterio Santa María delle Grazie, hasta que el abad desesperado tuvo que pedir auxilio a su señor Ludovico “El Moro”.

Volviendo a Rossini y su estancia en el palacio del empresario Barbaja y viendo éste que todavía no había escrito ni una nota, tomó la drástica decisión de “raptarlo”, así que una noche los criados, bajo las órdenes del empresario lo encerraron en una habitación. Allí lo tuvieron “secuestrado” pasándole sólo raciones de macarrones hervidos dos veces al día, las cuales le eran entregados a través de un de torno, hasta que escribiera su obra prometida sobre Otelo. A las 24 horas, y viendo que no era una broma, Rossini lanzó por el único hueco que le comunicaba con el exterior la obertura de su ópera. Luego, en pocos días, entregó los tres actos, tras lo cual fue liberado.

Lo que no sabía Barbaja, porque carecía de conocimientos musicales, era que esos tres actos sólo tenían de original los números I, II y III que los encabezaban ya que el compositor había repetido toda la obertura adaptándola a los diálogos para recuperar su libertad.

Aunque parezca raro, su amistad con el empresario no terminó ahí, esta llegó a su fin cuando Rossini le quitó la amante a Barbaja, era la cantante española, siete años mayor que él, Isabella Colbran, que fue su primera esposa y con la cual su vida fue un infierno.

Rossini y España:

Algo poco conocido por el gran público es que la reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1779-1849), todavía viviendo y siendo esposa de Fernando VII, antes de ser regente de Isabel II, fue la causante de que Rossini viniera a España dada la fama que tenía en los círculos privados como amante de la ópera y su notoria buena voz de mezzosoprano, algo que quiso comprobar el compositor, afición que también heredó su hija la reina Isabel II, aunque con peor fortuna por su indisciplina con el profesor que tenía, Francisco Frontera de Valldemosa, no llegando ni a casi una discreta voz de triple ligera, aunque, eso sí, participaba en funciones privadas en un pequeño teatro que tenía en palacio y donde representaba obras de Rossini, entre otros autores; a tanto llegó en España la Rossinimanía que en el mismo día que Isabel II juró como única heredera al trono, el 20 de junio de 1833, en el teatro Príncipe se repuso ‘Semiramide’ de Rossini.

La visita del compositor se puede decir que no pasó de ser protocolaria y sin dudarlo un paseo glorioso en olor de multitudes, en un momento complejo políticamente y en un país que había dejado de ser el centro mundial de decisiones para pasar a ser casi un arrabal de la cultura europea, que tenía sus dos focos o centros en París y Londres.

De su estancia en Madrid quedó constancia en la obra del escritor Benito Pérez Galdós  ‘Los apostólicos’, que se integró dentro de ‘Los episodios nacionales’, tomo IV.

En dicha obra hace la semblanza de un personaje madrileño, un hombre de su tiempo que reunía todos los vicios y virtudes de una España añeja y de otra que intentaba modernizarse abriendo los ojos a una realidad a la que muchos daban la espalda, sin querer ser conscientes de la decadencia de un imperio que irremisiblemente desaparecía y que estaba sentenciada tras la invasión de las tropas francesas en 1808. Nuestro hombre en cuestión se llamaba  Manuel Fernández Valera, sacerdote reñido con los votos de pobreza y castidad que requería su cargo, con doble moralidad, y del que decía Pérez Galdós: “Su corazón generoso, su amor a la esplendidez, a las artes, a las letras, a todo lo que fuera distinguido y antivulgar, su trato cortesano, las cuantiosas rentas de que dispuso hacían de él un verdadero prócer, un Mecenas, un magnate, superior por mil conceptos a los estirados e ignorantes señores de la época, a los rutinarios y suspicaces ministros. Era la figura del Sr. Varela arrogante y simpática, su habla afabilísima y galante, sus modales muy finos. Vestía con magnificencia y adornaba el severo vestido sacerdotal con pieles y rasos tan artísticamente que parecía una figura de otras edades. En su mesa se comía mejor que en ninguna otra parte, de lo que fueron testimonio dos célebres gastrónomos a quienes convidó y obsequió mucho. El uno se llamaba Aguado, marqués de las Marismas, y el otro Rossini, no ya marqués, sino príncipe y emperador de la música”.

Situado históricamente el personaje resultará menos complejo entender su relación con nuestro biografiado Rossini.

Pérez Galdós, 48 años después, contaba: “Cuando vino Rossini en marzo de aquel año (1831) le encargó una misa, Rossini no quería hacer misas… ‘Pues un Stabat  Mater’ le dijo Varela. El maestro compuso en aquellos días el primer número de su obra religiosa que parece dramática. El resto lo envió desde el extranjero. Cuentan que Varela le pagó bien”.

Para aquellos que no conozcan que es ‘Stabat Mater’ he de decir que es un himno del Aleluya gregoriano que comienza con esta frase: “Estaba la madre sufriendo…”, al referirse al dolor de la madre de Jesucristo en la crucifixión, siendo una de las composiciones literarias que más se le ha puesto música en todos los tiempos, con casi 200 compositores.

El ‘Stabat Mater’ de Rossini se estrenó aquella misma Semana Santa en el convento San Felipe el Real de Madrid, situado en la confluencia de la calle Mayor y la Puerta del Sol, dirigido por el propio Rossini. El éxito fue tan grande que el mismo Pérez Galdós decía: “hubo tantas apreturas en la iglesia que muchos recibieron magulladuras y contusiones y se ahogaron dos o tres personas en medio del tumulto. Rossini fue obsequiado, como es de suponer, atendida su gran fama. Tenía aproximadamente cuarenta años, buena figura, su hermosa cara, un poco napoleónica, revelaba, más que el maestro músico y el aire de la familia de Orfeo, su afición al epigrama y a los buenos platos”.

Y hablando de los buenos platos, como no, referir una anécdota, Rossini fue un hombre de anécdotas relacionadas con su afición a la comida, en la que el mismo autor cuenta: “Habiendo recibido en un mismo día dos invitaciones a comer, una del Sr. Varela y otra de un grande de España, prefirió la del primero. Preguntada la causa de esta preferencia respondió:

-          Porque en ninguna parte se come mejor que en casa de los curas.

En efecto; la mesa de este generoso y espléndido sacerdote era la mejor de Madrid. A sus salones de la plazuela de Barajas concurría gente muy escogida, no faltando en ellos damas elegantes y hermosas, porque, a decir verdad, el Sr. Varela no estaba por el ascetismo en esta materia”. Entre los invitados a tal evento gastronómico estuvo el escritor Mariano José de Larra y el banquero Alejandro Aguado.

En un libro dedicado a la vida del general San Martín encontré, dentro de la biografía de un banquero sevillano que se llamó Alejandro Aguado (del que ya he hecho referencia) y que también fue empresario de la Ópera de París, una nota curiosa que corrobora lo anteriormente expuesto y que incluso amplía la información. Entre otras cosas cuenta que cuando bautizaron a su hijo Olimpo, celebración que se hizo su castillo en Petit-Bourg a veinticinco kilómetros de París (cuyos jardines del castillo tenían rotuladas sus calles con nombres de óperas de Rossini), y a la que asistieron entre 2.500 y 3.000 personas, recibió como regalo del compositor una pieza para seis voces y piano, compuesta en 1827, titulada ‘Cantata para el bautizo del hijo del banquero Aguado’.

Pues bien, se cuenta en dicho libro lo siguiente: “Rossini y Aguado viajaron juntos a España en 1831. El autor de ‘El barbero de Sevilla’, una de las óperas que no ha cesado de representarse mundialmente desde su estreno en 1816, es recibido entusiásticamente en Madrid, donde el sacerdote Manuel Fernández Varela, comisario de la Bula de la Santa Cruzada, le solicita componga un ‘Staba Mater’. De regreso a París, Rossini inició dicha obra, cuya primera versión se concluyó en 1832, y en 1841 la segunda. Su estreno privado se efectuaría en la capital francesa en ese mismo año, y por fin públicamente el 7 de enero de 1842”.

La relación con Aguado es interesante, porque fue en su palacio de Petit-Bourg donde compuso ‘Guillermo Tell’ y que, tras su estreno el 3 de agosto de 1829, un pastelero, en homenaje a la obra, le dedicó un pastel de miel cubierto de gelatina y con la decoración de una manzana atravesada por una flecha plateada hecha en azúcar.

Tras la composición de dicha ópera, Guillermo Tell, sólo me resta trascribir la siguiente anécdota contada por Rossini: “Allí pasábamos unos días bastante agradables; yo me había apasionado por la pesca con sedal y por ello avanzaba en mi trabajo con poca regularidad. Recuerdo que esbocé toda la escena de la conjura una mañana, sentado a orillas de la laguna, a la espera que el pescado mordiera el anzuelo. En cierto momento, me di cuenta de que la caña de pescar había desaparecido, arrastrada por una enorme carpa, mientras yo estaba entusiasmado ocupándome de Arnoldo y Gessler”.

Existe una obra que une indisolublemente para siempre a Rossini con España y concretamente con Sevilla, la adaptación de la obra de Pierre-Augustin de Beaumarchais, El Barbero de Sevilla, estrenada en 1775, que por cierto estuvo situada en la céntrica calle Francos de la capital hispalense.

Se puede decir que a caballo entre el Rossini que visitó Madrid y el que vivía plácidamente en París está la siguiente anécdota en la que intervinieron el banquero José de Salamanca, aconsejo leer este otro trabajo en nuestro sitio, y el músico y compositor Francisco Asenjo Barbieri, que acompañó al citado magnate con la idea de dar a conocer su música en la capital francesa y que se recoge en un libro publicado por la Librería del Congreso de Estados Unidos, editado por Rinchart and Winston, Inc.  en 1959, que dice lo siguiente:

“Barbieri fue a visitar a Rossini, el famoso autor de El barbero de Sevilla, quien desde hacía ya mucho tiempo vivía en París, sin escribir música ni hacer nada.

Rossini invitó a Barbieri a comer, y cosa rara, durante la visita, el gran maestro italiano se sentó al piano a recordar algunas de sus óperas. Estaba tocando una escena de La Cenerentola, cuando Barbieri le interrumpió:

- Perdón, maestro. Eso no es así.

Y tocó la música exactamente como si tuviera la partitura delante.

Rossini exclamó:

- ¡Oh, hace tanto tiempo! Pero, ¿usted cómo es que como es que conoce mi música de memoria?

Y Barbieri contestó:

-  Me la sé de memoria desde niño, maestro.

Antes de sentarse a la mesa Rossini preguntó a Barbieri si quería ver su colección de magníficos violines. Tenía algunos españoles-

-  ¿Violines españoles? – preguntó Barbieri- ¿De dónde?.

-  De Trevélez.

Y le llevó a la despensa. Los violines eran jamones”.

Rossini y París:

En 1829, tras su triunfal estreno de “Guillermo Tell”, deja de componer y se instala en París donde conoce a la que sería el amor de su vida y su segunda mujer, Olympe Pélissier, antigua modelo del pintor Emile Jean Horace Vernet y amante del escritor Balzac, la cual primero fue su querida discreta, hasta la muerte de Isabella, y después su esposa hasta la muerte.

Olimpe Pélissier, segunda esposa de Rossini

Fue Olympe la que lo llevó al médico en París para que le trataran y curaran la enfermedad que la hacía ser irritable  y neurasténico, porque tenía sífilis.

En París llevó una vida social y gastronómica, los derechos de autor y los ahorros que sabiamente supo administrar, gracias al banquero español Alejandro María Aguado, le hicieron vivir con desahogo. Entre sus amistades se encontraba el hombre más rico de la época, el Barón Rothschild, el cual era también famoso por sus viñedos y bodegas de excelente calidad, lo cual no pasaba desapercibido a nuestro amigo que aprovechaba toda ocasión para probar sus caldos, como fue el caso, que se cuenta como una anécdota graciosa, ocurrido en el año 1864, en el que el barón le envió una cesta de uvas de invernadero a lo que Rossini le contestó: “¡Gracias!, su uva es excelente, pero no me gusta mucho el vino en pastillas“, aquello debió hacerle gracia a su amigo porque de inmediato le envió un barrilito de su mejor vino, un “Chateau Laffite” (para saber su historia aconsejo leer un trabajo sobre dichos vinos en nuestro sitio.

Gracias al barón Rothschild, Rossini, conoció a uno de los iconos de la cocina tradicional, el famoso Antonin Câreme, que era jefe de las cocinas del magnate, por el que tuvo un gran respeto y cariño, que fue mutuo, durante toda su vida. La admiración que sentían ambos llego hasta el punto que en una ocasión Câreme le envió un faisán trufado con la lacónica nota: “De Câreme a Rossini“, a los pocos días el afamado cocinero recibió un libreto que contenía una pieza musical que llevaba por título: “De Rossini a Câreme“.

En sus memorias, Câreme, escribió lo siguiente: “Me dijo un día que había recibido una invitación para trasladarse a los Estados Unidos. Iría, sin duda alguna, añadió, si Vd. decidiera trasladarse también a América. Así me hablaba un gran músico italiano. Se llamaba Gioacchino Rossini“.

Pero no fue ésta su única amistad culinaria ya que mantuvo una intensa relación con otros dos iconos de la época en lo tocante a la gastronomía, Anthelme Brillat-Savarin y con el escritor y gastrónomo Alejandro Dumas, nefasto historiador gastronómico que llegó a decir que el tomate era mediterráneo o que había comido muchos caviales, de donde se sacaba el caviar.

Su correspondencia con distintas personalidades fue muy intensa, sobre todo agradeciendo los envíos que le hacían de alimentos, su casa debería parecer un supermercado, algo que sus amigos sabían que era de su agrado y complacencia.

Las aceitunas y las trufas que le enviaba el violonchelista Giovanni Vitali desde Ascoli Piceno, en la región italiana de Marcas, y qué de dichos envíos quedó constancia en la siguiente misiva, remitida por Rossini, fechada el 23 de febrero de 1840: “Respondo tarde a tu última y afectuosa carta, porque me habría gustado unir mis sentimientos de reconocimiento por las excelentes trufas que, gracias a tu generosa naturaleza, me has enviado. La trufa escolana me ha dado bríos, me ha llenado de estímulos…”.

También el marqués Antonio Busca, gobernador de la Orden de caballería de la Religión Hospitalaria, que, desde Milán, le enviaba quesos de gorgonzola, citando a continuación algunas correspondencias entre ambos:

15 de julio de 1861

“Ha llegado tu adorable Papirio con fulgurantes flores de tu jardín de Gorgonzola. Isaac que tú has desenterrado, el negro Isaac que en estos tiempos de máscaras vive modestamente en Passy, bajo la figura de un cisne se alegra de poder otorgar las cálidas sensaciones del más sentido reconocimiento del corazón y del estómago. ¡Salve! Haré como aquel que llora y dice: ¿comer a solas los quesos de Busca? ¿Morir yo de indigestión? ¡Ah, cruda muerte! No, no, mejor dicho: ¡Ah, cocida y vergonzosa muerte!”

21 de septiembre de 1863

“Me limitaré a manifestarte que los dos quesos que he recibido a través de M. Manini son dignos de su generoso donador: sus emanaciones me provocan la dulce reminiscencia de su augusta madre, que fue la primera en hacerme probar los nobles productos de Gorgonzola. ¡Oh, felices tiempos! ¡Oh, juventud!”.

9 de mayo de 1864

“¡Apreciado marqués Busca, mi ángel terrenal! Han llegado Pílades y Orestes (se refiere a dos quesos) en muy buenas condiciones. Estas dos joyas (que para mí representan la magnanimidad de su espíritu) confortan mi corazón, mi estómago y mi amor propio”.

27 de octubre de 1864

“Los amigos gálicos prefieren requesón, lo que equivale a preferir la romanza a la pieza concertada. ¡Ah, tiempos! ¡Oh, miserias!”.

Otro proveedor de sus excesos gastronómicos fue el tenor Domenico Donzelli, al que el maestro le escribió, en enero de 1850, cuando dicho cantante estaba retirado de los escenarios, lo siguiente: “Muchas gracias por los buñuelitos. Ahora te pido un favor: querría que me mandases la receta para que mi cocinero prepare las zeppole a la napolitana. Debes indicarme los ingredientes que hacen falta, las proporciones y cuanto sea menester para que la preparación sea cabal…”.q

Como anfitrión fue generoso, recibía a sus amigos con la frase: “Entrad, entrad, amigos míos. Mi casa es un café“, haciéndose famosa en París las “soirée” que celebraba todos los sábados en su casa de la calle Chaussée-d”Antin, a la cual había que ir sus invitados de rigurosa etiqueta, nunca más de diecisiete, y donde se ofrecían magníficos vinos y pasta hechas por el mismo Rossini y donde dejaba volar su fantasía improvisando composiciones al piano, que él llamaba “pecadillos de vejez” y que su esposa, Olimpia Pelissier, guardaba avariciosamente en un afán especulativo con la obra, para venderla después de su muerte, porque pensaba que todo aquello tendría un valor enorme en el mercado, obligando a su esposo a escribir todas las semanas una melodía, según contaba Pedro Antonio de Alarcón que lo conoció en persona y que según contaba: “Táchesela de codiciosa se dice que obliga a Rossini a escribir todas las semanas alguna melodía, alguna romanza, algún coro, cualquier cosa, en fin, con tal que sea música, llevando en ello la intención, no de acrecer el tesoro del arte, sino su tesoro particular.

Estas composiciones del ilustre maestro se tocan una sola vez en la tertulia, luego desaparecen sin que se vuelva a hablar de ellas.

Es que su mujer las agrega a un volumen de forma silenciosa, bajo el título de Obras póstumas de Rossini”.

A ella, a Olimpia, se le deben las siguientes palabras: “Cada día el Maestro se inspira en el cocinero real para crear con su ayuda algunos manjares nuevos. Sí, amigo mío, el Maestro y yo vivimos para comer… y nos sometemos religiosamente a este deber”.

De sus últimos años nos habla de él con humor Théophile Gautier: “Está monstruosamente obeso; hace seis años que no ha visto sus pies. El metal de su orquesta tiene resonancias de batería de cocina, incluso en el momento de sus más sublimes inspiraciones“.

Un final apacible para un hombre que la vida lo trató bien, muy al contrario de otros contemporáneos suyos, que si sobrevivían a la madurez, producían magníficas obras de arte como consecuencia de sus frustraciones humanas, la ambición insatisfecha, la penuria económica, las enfermedades, la represión sexual, los amores no correspondidos o la falta de consideración social. Hasta el mismo Beethoven, que sordo y amargado penaba en su casa de Viena, sin un amor a su lado, sólo con un sobrino que lo trata con desplantes, lo que le hacía huir de la realidad y crear otros mundos llenos de notas que emborronaron las cuartillas de sus últimos cuartetos.

No he respetado en este artículo una cronología porque es mi intención de hacer una semblanza del famoso compositor y no una biografía, que sobre eso existen miles y mejor escritas, sólo he querido plasmar, casi en “flases”, la semblanza de un Rossini amante de la buena cocina y de los placeres que la vida podía darle.

Anecdotario:

Entre la multitud de anécdotas y bulos que sus coetáneos hacían correr por los periódicos figuran las siguientes en la prensa española de mediados del siglo XIX:

“La ópera que ha dado a Rossini el imperio del orbe músico, es el Tancredo; no obstante, le ocasionó un disgusto cuando se ocupaba de componerla. Habiendo escrito una gran aria para la entrada de Tancredo, no agradó a la signora que había de cantarla; lo que hizo al joven compositor volver a su casa casi desesperado. De repente la idea de aquella dicina aria di tanti palpiti, llenó su cabeza, y se dice que la compuso mientras esperaba la comida. En Venecia es conocida esta composición por el aria di riso: la causa es la siguiente. En la Lombardía se usa mucho el arroz para sopa, y como no les gusta que se pase, es un deber importante del cocinero ir algunos minutos antes de la comida a preguntar; bisogna mettere i riso (¿se puede echar el arroz¿). En el momento que Rossini llegó a su casa echando chispas, su criado le hizo la pregunta acostumbrada; el arroz fue puesto al fuego, y antes que estuviese cocido, había acabado Rossini su célebre di tanti palpiti”.

En la ‘Revista Gaditana’ de fecha, domingo 5 de abril de 1840, encontré un artículo, que me dejó perplejo, que llevaba por título: ‘Rossini y los polacos’ y que para mi sorpresa decía lo siguiente: “Nuestros lectores sabrán quien es Rossini: un señor grueso que después de haber compuesto muchas óperas francesas e italianas, se ha retirado a Bolonia a comer macarrones.

En Bolonia se halla Rossini detestado de todos. ¿Y por qué? Los unos dicen que es egoísta y otros que es un genio, y ya se sabe que lo que menos perdonan los italianos  a un compatriota es el ser un hombre de genio. Lo mismo sucede en España. Ninguno es profeta en su país.

A pesar de esto, Rossini no piensa en abandonar su ingrata patria. En vano se honran ofreciéndole su suelo las naciones extranjeras, particularmente Francia. Rossini permanece sordo como si no fuera músico. Rossini ha dado un eterno adiós al bello país de Francia; los polacos le han hecho salir de ella. Veamos cómo.

En la época en que el cisne de Pésaro residía en Francia, París estaba inundado de refugiados polacos. Una ola de este gran diluvio político fue a calentarse a la chimenea de Rossini, y Rossini reanimó y entretuvo alegremente esta ola, que le juró en polaco su reconocimiento eterno.

Los polacos cumplieron su palabra de tal modo, que no cesaron en ponderar a sus compatriotas la generosa hospitalidad del maestro, de suerte que Rossini se vio rodeado sucesivamente de otras cinco o seis compañías de polacos.

El gran compositor los recibió con una cordialidad encantadora. Se les dijo, vosotros sois polacos y yo soy italiano; vosotros sois guerreros, yo soy artista; vosotros pobres, yo rico; vosotros tenéis hambre, y yo estoy saciado; justo es pues que miréis mi casa y mi mesa como vuestra, y así os suplico que uséis de ambas cosas como si os perteneciesen.

Pero a poco Rossini tomó una silla de posta y no paró hasta Bolonia y prohibió a sus criados y familia pronunciar el nombre polaco, porque la menor alusión a la mazourka le daba taque de nervios.

No crean nuestros lectores que la antipatía de Rossini hacia los heroicos hijos de Polonia provenía de un sentimiento de avaricia. No, la causa de su aborrecimiento no provino de que fuesen a participar de su lumbre y de su mesa cinco o seis bandadas de polacos: el único, el verdadero motivo de si horror hacia ellos era el haberse atrevido a decir que el célebre maestro que preferían la mazourka a la farentela, Mayerbeer, a Rossini, los Hugonotes al Barbero de Sevilla.

 Desde entonces Rossini les deseó en su corazón cuantas calamidades patrióticas humanas y civiles pudiesen sobrevenirles.

Rossini dejó pasar muchos años sin querer escribir ni una canción.

La noticia de su silencio comenzaba a inquietar a la Europa musical. Todos preguntaban si Rossini había muerto. Sus amigos, sus discípulos, sus admiradores, le escribieron repetidas veces. ¿Qué hacéis? Despertaos… No consintáis que se diga que se ha agotado vuestro genio. Estallad como un trueno, etc., etc.

El que más se interesaba en la gloria del maestro era el célebre cantor Duprez. Tres cartas le escribió en una sola semana.

Para poner término a esta correspondencia, Rossini se decidió a dar señales de vida musical y envió al célebre tenor de ópera una linda y sobresaliente canción.

La casualidad quiso que en el momento que Duprez recibía esta prueba manifiesta de la amistad del genio de Rossini, muchas señoras caritativas vendiesen objetos preciosos para socorrer a los indigentes.

Estas señoras suplicaron a Duprez que les regalase alguna cosa notable, para agregar a dicha venta.

Duprez poseía alguna cosa notable, su voz; pero esta no la podía regalar a los indigentes de esta señora. Viéndose en esta situación las envió la canción de Rossini.

El 31 de diciembre se vendió la canción (escrita de mano del maestro) por cien luises, los cuales han ingresado inmediatamente en la bolsa de las señoras.

¡Estos pobres son polacos!

¿Qué dirá Rossini cuando lo sepa?”.

Como todo personaje no estaba libre de bulos, mentiras y medias verdades, desde siempre cierto tipo de prensa, para vender más, nunca dudó en esparcir bulos entre sus lectores en un estilo circo romano para dar distracción a los incultos, a los desocupados y a los aburridos, en definitiva a la mayoría de la población.

Recetas relacionadas:

Tournedo Rossini:


Solomillo de unos 200 grs., rebanada de pan de molde, paté de oca, trufa, mantequilla, vino de Madeira, sal y pimienta.

Sazonar con sal y pimienta el solomillo, freírlo con la mantequilla (o aceite, según el gusto), una vez sacado, freír en esa misma sartén el pan de molde.

Colocar el pan frito, que debe de tener el mismo tamaño que el filete, en un plato, poner untado sobre el filete el paté y sobre él la trufa muy finamente cortada o en ralladura.

En la misma sartén se echa el vino y se deja reducir a la mitad, el cual se usará a modo de salsa que se colocará sobre el filete.

Se puede acompañar con unos champiñones enteros salteados y hechos con unas gotas de limón y vino blanco.

Canelones Rossini:


El relleno de carne se debe hacer salteándola con foie fresco, en una proporción de un 20 por ciento de la carne, algo de trufa y dos “gotas” de vino de Madeira. 
La bechamel se ha de hacer aprovechando la grasa que queda en la sartén tras saltear la carne picada, el foie y la trufa. 
Ya con los canelones en el horno, con el parmesano rallado por encima, a medio tiempo, espolvorearemos por encima un poco de ralladura de trufa.

miércoles, 14 de enero de 2015

Tortilla de patata y bacalao


Ginebra
Ginebra es linda, limpia, clara Imagínate el resto. Uno lo piensa dos veces antes de tirar un fósforo o un pucho en la calle; te sientes censurado por todos los que te rodean. Cuando en medio de una vereda se ve un pequeño promontorio de color variable, pero bordeando siempre la tierra siena, puedes tener la seguridad de que el perro que hizo eso pertenece a un turista americano, pero que no es un perro suizo. La comida es tan perfecta que no tiene gusto a nada; los suizos se han dado cuenta y, llenos de inquietud, le echan tales dosis de pimienta que luego uno las pasa mal. El sabor general de las cosas es algo así como el del papel higiénico mojado y envuelto en talco. Espero que esto te dé una idea. El pan es abyecto, y el vino no les hubiera dado la menor chance a las chicas de Noé, pobres.
Julio Cortázar - De una carta a Eduardo Jonquières, 6 de junio de 1955

Cocinar
Sé que algunos lectores pueden sentirse ofendidos porque un hombre critique esos avances. Algunas personas piensan que, cuando un hombre habla de la importancia de cocinar, es que desea retroceder y hacer que las mujeres vuelvan a la cocina. Sin embargo, eso no tiene nada que ver con lo que pienso, pues opino que cocinar es tan importante que no se debe delegar en un solo género o en un solo miembro de la familia; los hombres y los hijos también deben estar presentes en la cocina, y no sólo por razones de justicia o equidad, sino porque obtendrán grandes beneficios si lo hacen. De hecho, una de las principales razones por las que las corporaciones se introdujeron en nuestras vidas se debió a que la cocina casera se consideró durante mucho tiempo una "actividad propia de las mujeres" y, por tanto, no lo bastante importante para que los hombres y los muchachos la aprendiesen.
No obstante, resulta difícil saber qué sucedió primero, si la cocina casera se menospreciaba porque era una labor que desempeñaban principalmente las mujeres, o si las mujeres tuvieron que dedicarse exclusivamente a la cocina porque nuestra cultura denigraba esa labor. Las políticas de género relacionadas con la cocina, que analizo, con más profundidad en la segunda parte, son bastante complicadas, y probablemente siempre lo hayan sido. Desde la Antigüedad, ciertos tipos de cocina han gozado de mucho prestigio. Los guerreros de Homero asaban a la parrilla los animales sin que se cuestionase su estatus heroico o su virilidad. Desde entonces, siempre se ha aceptado socialmente que los hombres cocinen en público y profesionalmente, siempre cuando lo hagan por dinero (aunque ha sido recientemente cuando los chefs profesionales ha adquirido el estatus de artistas). Sin embargo, durante la mayor parte de la historia, las mujeres han sido las encargadas de cocinar en privado y sin reconocimiento público. Salvo en ciertas ceremonias presididas por hombres -los sacrificios religiosos, la barbacoa del 4 de julio, los restaurantes de cuatro estrellas-, la cocina ha sido una actividad femenina, una parte integrante de las labores domésticas y el cuidado de los hijos, y, por tanto, no merecedora de una atención especial por parte de los hombres.
No obstante, puede que haya otras razones por las que no se le ha dado la debida importancia. En un libro reciente titulado "Taste for Civilization", Janet A. Flammang, una erudita feminista y profesora de ciencias políticas que ha defendido elocuentemente la importancia social y política de la "labor culinaria", sugiere que el problema puede que radique en la misma comida, la cual, por su misma naturaleza, se encuentra en el lado equivocado -el femenino- del dualismo entre la mente y el cuerpo que impera en el mundo occidental. "La comida se percibe mediante los sentidos del gusto, el olfato y el tacto -señala-, situados por debajo, en la jerarquía de los sentidos, de la vista y el oído, a los que se los toma como las fuentes del conocimiento. En casi todas las filosofías, religiones y literaturas, la alimentación se asocia con el cuerpo, los animales, las mujeres y el apetito, cosas que los hombres civilizados han tratado de superar mediante la razón y el conocimiento". 
Ellos lo pierden.
Michael Pollan - Cocinar Una historia natural de la transformación

Vamos hoy con una humilde tortilla de bacalao y patata, que enriquecida con un toque de pimiento, hará disfrutar a propios y extraños, y aunque la hayas cocinado tú sol@, puedes compartirlas con tus seres queridos.

Grado de dificultad: Mayor del que aparenta

Ingredientes:


El bacalao
- 2 tajadas de bacalao desalado y desmenuzado


Las patatas una vez cortadas
- 6 patatas (pequeñas en este caso) de la variedad Mona Lisa cortadas en rodajas


La calidad del huevo es fundamental
- 6 huevos de corral
- 1/2 pimiento verde
- 1/4 pimiento rojo
- Aceite de oliva virgen
- Sal y pimienta al gusto
- Una cucharada de aceite de ajo y perejil

Manos a la obra:
1 - Poner a Lina Nyberg & Esbjörn Svensson Trio jazzeando "Here, There and Everywhere" de Lennon/McCartney.
2 - Batir ligeramente los huevos y salpimentar. ¡Ojo que el bacalo tiene sal propia!


Operación pochado
3 - Cortar los pimientos en tiras y pocharlos a fuego lento durante 10 minutos. Incorporar a los huevos batidos.
4 - Freir en abundante aceite caliente las patatas cortadas en rodajas hasta que estén bien fritas. La razón de cortarlas en rodajas es precisamente esa. Escurrir y añadir a los huevos batidos.
5 - Incorporar una cucharada de aceite de ajo y perejil.


Operación hidratado
6 - Dejar hidratar la mezcla durante al menos 5 minutos.
7 - Hacer la toritlla a vuestro gusto (a mí personalmente me gusta bastante cruda y jugosa).
8 - Servir, y a .....................¡¡¡triunfaaaaaaaaaaaar!!!

martes, 30 de diciembre de 2014

Pizza de sardinas



Los vinos constituyen la parte intelectual de la comida
Alejandro Dumas


La pizza napolitana 
Después de la pasta "asciutta", el plato italiano más conocido fuera de Italia es, evidentemente, la pizza napolitana. Con la dorada "polenta" del valle del Po forman la económica trilogía de la sobriedad italiana. Porque la polenta, el más antiguo de los tres sistemas de alimentación, es apenas conocida en el extranjero, en tanto que la pizza ha adquirido una difusión y una popularidad extraordinarias. Por esta razón, vamos a tratar de ella; otra razón personal no la hay, porque quien esto afirma sólo comería pizza como último recurso. Probada una vez en Nápoles, quedó vista para la más adversa sentencia. Pero como el lector viajero topará con "pizzerie" en todo el mundo, donde se preparan de una manera más o menos auténtica, mejor será tratar de este condominio. 

Origen y antigüedad del plato
No conocemos el librito de Roberto Minervini "Storia della pizza", que está agotado, años ha. Sin embargo, sabemos que el plato no es antiguo; data de la popularización del tomate en Italia, siniestro momento para la que entonces era la primera cocina de Europa. El tomate llega a Italia en 1554, en bajeles españoles; es un fruto pequeño, del grosor de una cereza: los aztecas le llamaban "tomátl" o "tomahmac". Hoy, los mexicanos le llaman jitomate (o tomate de ombligo, de "xictli" ombligo, por el que forma el fruto en la inserción del pedúnculo), reservando el nombre de tomate para el pequeño, de forma esférica, que entre nosotros se conserva en invierno emparrado en los desvanes. Sirve, en México, para suavizar las salsas con chile. En Europa, el tomate ha recorrido el camino que ya sabemos, con sus virtudes y defectos gastronómicos. La salsa de tomate -hoy de tomate en lata- se ha convertido en la más ácida y desabrida salsa universal de la cocina italiana.

La pizza, como plato popular, aparece posiblemente durante el siglo XVIII y no merece hasta nuestro siglo los honores de figurar en los recetarios de cocina. En el venerable Pellegrino Artusi, "La scienza in cucina o l'arte de mangiar bene", sólo hay dos platos con el nombre de pizza a la napolitana y son dos postres a base de harina, almendras, vainilla, leche y huevos. Es evidente que, a finales del siglo XIX, existía la otra pizza, pero Artusi la debió desdeñar como manjar barriobajero y portuario. No puedo criticarle.

La pizza auténtica
Según los puristas del plato, éste es perfecto en su sencillez. La pizza, según su exégeta Giovanni Artieri, debe "nascere nuda como Venere sul banco di marmo e tra la nuvole di farina del battitore...". Dorada Venus de las empanadas, la pizza clásica sólo tiene tres irrefutables normas: "alla porta Sant Gennaro", o sea con albahaca, "alla marinara" y la "margherita". 
La de la "porta Sant Gennaro", sazona la harina con aceite, sal, pimienta, queso y cinco o seis pulgadas de albahaca. La "marinara" demanda aceite y tomate o setas, aceite y tomate o queso y tomate, y va siempre perfumada con orégano y ajo. Hay quien le añade filetes de anchoa en conserva: no es herejía, sino una costumbre hoy muy generalizada.
La "margherita" es como la pizza anterior con "mozzarella" -queso de búfala, tan célebre- y debe su nombre a la reina Margherita, esposa del rey Humberto I. Durante el verano de 1889, la real pareja se achicharró literalmente en Capodimonte. Quisieron conocer la pizza tan popular y desgarrada. La reina era una Saboya, prima de su esposo, princesa altanera, dignísima e intransigente que dio un porte majestuoso a la dinastía. Como era de esperar, no podía soportar el aroma grosero e insolente del ajo, tan grato a otros paladares reales (Enrique IV de Francia olía a ajos, a cien varas a la redonda, y el suegro y tío de la reina, aquel espléndido sátiro que fue Vittorio Emanuelle II, gustaba del ajo piamontés, de las campesinas menos limpias, y de las canciones más salaces). En Nápoles, don Raffele y su mujer, la signora Rosa -los reyes de la pizza del momento-, decidieron elaborar una variedad acicalada y sin grosería para la reina. Y así nació la margherita, hoy universalmente conocida, hecha con harina, tomate, aceite de oliva y queso mozzarela. Una forma más complicada y quizá más sabrosa de esta margherita es la del hotel Excelsior de Nápoles.

Los vinos
Pide vinos directos, alegres y naturales, y la Campania generosa los da. Desde el viejo Falerno al encendido Gragnano, hay tintos aconsejables. Aconsejaríamos -luego de considerar las limitaciones de la enología- el Ranino, el Gragnano, el Falerno tinto, el Ravello rosso o el Tramonti. Son vinos todos ellos tintos, juguetones, de escaso empaque. Pero para quien es Don Juan…

Néstor Luján - Carnet de ruta / Las recetas de Pickwick

Vamos hoy con una receta italiana elaborada con joyas del Cantábrico, las sardinas. Estoy convencido que esta pizza sería del agrado incluso del poco entusiasta Don Néstor Luján. Haciendo caso, cómo no, a monsieur Alejandro Dumas, "intelectuaremos" la pizza, mediante tragos de a litro...

Grado de dificultad: Disponer de las sardinas adecuadas

Ingredientes:
Para la masa:
- 200 cl de agua templada a 37 ºC
- 300 gr. harina (mejor si es harina de fuerza)
- ½ cucharadita de sal
- 1 sobre de levadura seca de panadería (ó 20 gr. levadura fresca)
- Un chorrito de aceite de oliva virgen extra


¡Cómo brillan!
- Sardinas del Cantábrico
- Tomate natural rallado

Os presento a mi planta de albahaca
- Albahaca fresca
- Aceitunas negras
- Un pellizco de orégano
- Sal y pimienta
- Queso parmesano
- Aceite de oliva virgen


Algunos ingredientes
- Pimiento rojo y verde
- Alcaparras
- Guindillas verdes

La cébre mozzarella
- Queso mozzarella

Manos a la obra:
1 - Poner al Manhattan Jazz Quintet jazzeando "Englishman in New York" de Sting.

He aquí la cuestión
2 - Elaborar la masa y dejar reposar durante media o tres cuartos de hora en sitio cálido.

Lista para el horneado
3 - Estirar la masa y cubrirla con tomate, mozzarella, pimientos, sardinas salpimentadas, alcaparras, albahaca, etc...
4 - Espolvorear con orégano y queso parmesano.
5 - Hornear la pizza en horno precalentado a 200º C durante aproximadamente 15-20 minutos (dependerá del horno y del espesor de la masa.
6 - Servir, y a.............................................¡¡¡triunfaaaaaaaar!!!

martes, 23 de diciembre de 2014

Moros y Cristianos


NO SÓLO DE ARROZ VIVE EL HOMBRE 
A los valencianos se les reconoce voraces comedores de arroz, pero Valencia era famosa por su buen comer en el siglo XV, cuando no estaba tan extendido el uso del arroz. Vicente L. Simó, en el Diccionario gastrosófico valenciano, cita el banquete de Sónnica la Cortesana, novela romana de Blasco Ibáñez en la que supone lo que se comía en la Roma clásica, y más allá de la imaginación del novelista, Simó relaciona algunos platos aborígenes con la gastronomía árabe censada en los libros de Ibn Razin o de Abu Zakariyya ben al Awwan. Para hacer un inventario de las raíces gastronómicas a las que hay que volver, se mencionan las aceitunas, las almendras, los altramuces, el bacalao, los capellanets o pescados secados al sol, caracoles, las fabetes bollidas (habitas hervidas), hígados en salsa y el figatell, albóndiga de hígado y magro de cerdo envuelta en la mantilla del hígado del animal y asada; la sangueta o sangrecilla con cebolla, las setas y los garbanzos tostados o torrats. Todas estas propuestas responden a una cocina tan pobre como sabrosa, a veces localmente superviviente, y cuando Simó apuesta por los arroces más comunes, habla del de a banda; al horno; amb fesols i naps; las paellas, y añade un arroz con acelgas que abre la puerta a la gama de arroces vegetales. Luego reseña comidas perdidas por la prisa o por los cánones de la moderna comida de prestigio. ¿Quién consume la torrà de chulles de cordero con longanizas, butifarrones y all i oli? ¿Cómo se cocinan las más de 40 variedades de patos de la Albufera o las otras variedades que permiten guisos como el pato a la Albufera, cuya invención se atribuye a Carême? La desmemoria culinaria ha prescindido del conill espatarrat, los pichones rellenos o los morteruelos de Requena, parientes de los conquenses, o de la poltrota, embutido de tripa cular o vejiga de cerdo relleno de cabeza, asadura, papada, sangre, pimienta negra, clavillo y sal, así como de las variantes valencianas de la sobrasada. Ningún restaurante apostaba por la pericana, ensalada de pimientos asados, con bacalao, ñoras, o el mojete arriero. La olleta de Alcoy, a la cabeza de las olletes de music, ha conseguido llegar al siglo XXI, pero por el camino quedaron cocidos, potajes como el llegumet o el giraboix o las borras.

Manuel Vázquez Montalbán - EL PAIS 
Charles Monselet, nació en Nantes 30 de abril 1825 y murió en París 19 de mayo 1888, fue un escritor, periodista, novelista, poeta y dramaturgo epicúreo francés, apodado "el rey de los gourmets" por sus contemporáneos. Fue junto con Grimod Baron Brisse y Joseph Favre uno de los primeros escritores sobre gastronomía. 
Vivió en Nantes los primeros nueve años de su vida. Después de su juventud en Burdeos, su carrera literaria se desarrolló en París donde murió. 


Fuente: Wikipedia
Vamos hoy con una plato de "Moros y Cristianos", una receta, al parecer, típica de Cuba y muy frecuente en las mesas de la vecina Asturias. Sencilla y contundente, con la aportación del tocino ibérico y el ahumado chorizo leonés, se convierte en un plato "todo terreno", que hace las delicias de chicos y grandes.
Grado de dificultad: Comérselo a 40 grados al sol.

Ingredientes:

Los Moros y los Cristianos
- Alubias negras
- Arroz carnaroli o bomba
- 1/2 cebolla
Las verduras
- 2 dientes de ajo
- 1 pimiento verde
- Un trozo de chorizo de León
Los ingredientes saludables (eso sí sin abusar)
- Un trozo de tocino de cerdo ibérico
Se puede sustituir con agua, pero no es lo mismo
- Caldo de pollo
Uno de tanmtos tesoros extremeños
- Una cucharada de pimentón de la Vera
- Aceite de oliva virgen extra
- 1 hoja de laurel
- Sal y pimienta al gusto

Manos a la  obra:
1 - Poner a The Crusaders jazzeando "Eleanor Rigby" de Lennon/McCartney.

2 - Dejar las alubias en remojo la noche anterior en agua templada para que la textura de las alubias sea tierna.

3 - Introducir las alubias escurridas en una olla con agua fría junto con el chorizo y el tocino, y cocerlos a fuego lento durante 2 horas.


Operación sofrito
4 - A la hora de estar cocinándose las alubias junto a la carne, preparar un sofrito con la cebolla, los dientes de ajo, el pimiento verde y las especias.
5 - Pasar por la túrmix y añadir el sofrito a las alubias con una pizca de sal y pimienta.

Yo hago el arroz aparte
6 - Una vez que las alubias negras estén cocidas, añadir los 200 grs. de arroz lavado y escurrido, y dejar que hierva a fuego lento alrededor de 20 minutos hasta que esté completamente cocido. (Asimismo se puede cocer el arroz aparte y servirlo pr separado).
7 - Servir todo junto en un plato, y a.............................¡¡¡triunfaaaaaaaaaaaaaar!!!