sábado, 29 de junio de 2013

Pappardelle con berberechos



Pappardelle

GIOACCHINO ROSSINI 1868. 

Pésaro (Italia), lo ve nacer un 29 de Febrero de 1792, a este celebre compositor, su padre trampista aficionado, transmite al pequeño la afición por la música, recorriendo diversos centros y Liceos, donde estudiará canto y contrapunto. 

Sus dotes innatas para la música quedarán muy pronto reflejadas, al estrenar en Venecia, a la edad de 18 años, su ópera "El Contrato Matrimonial"; hay que apuntar, que no fue su primera ópera, puesto que ya, a la edad de 14 años, había compuesto "Demetrio e Polibio". 

La genialidad de Rossini, va quedando cada vez más patente; las óperas de la llamada época de Nápoles, a donde se trasladará en 1815, poseen más recursos que las anteriores y dan un mayor protagonismo al coro, llevando al compositor a sorprenderse de su propio éxito, en el estreno en 1816 de su famoso "Barbero de Sevilla". 

Francia también se rendirá a sus pies, siendo su ópera "Guillermo Tell" el mayor exponente de este éxito, introduciendo ahora, en esta etapa francesa, números de ballet en sus obras. 

Después de hacer este pequeño recorrido por la obra de Rossini, se puede pensar que era un apasionado de la música, pero si hacemos una interpretación subjetiva y libre, nos inclinamos a pensar, que LA VERDADERA PASIÓN DE ROSSINI, FUE LA GASTRONOMÍA. 

Corre el año 1830 y Rossini, con 38 años, decide darse un merecido descanso de la composición y dedicarse, casi por completo, a su verdadera pasión: LA GASTRONOMÍA. Este descanso del que hablamos estuvo acompañado de enfermedades, tanto reales como supuestas, puesto que era bastante hipocondríaco; no obstante nunca le abandonó un carácter vitalista y supo sacarle sustancia a la vida. 

Como anécdota y referencia obligada del apasionamiento que en él levantaba el tema gastronómico, se dice que en toda su vida lloró únicamente en dos ocasiones: a la muerte de su padre, y cuando se le cayó por la borda del barco un pavo trufado. Situación comprensible, si tenemos en cuenta, que para Rossini la trufa era "el Mozart de las setas". 

Radiciotti, (1927): biógrafo y buen conocedor de Rossini, nos cuenta varias anécdotas 

Una noche, al salir de un concierto al cual acababa de asistir el compositor, se acercó una señora. 
–Maestro –le dijo–, ¡finalmente puedo contemplar esta cara genial, que solo conocía por retratos! No se puede equivocar: Ud. tiene en el cráneo la joroba de la música. 
–¿Y que me dice de ésta, señora? –Contestó Rossini tocándose la barriga–. Ud. no puede negar que sea aún más visible y desarrollada. Y es cierto que mi verdadera joroba es la gula. 

Una vez, en premio de una apuesta donde había acertado, ganó un pavo trufado; pero el perdedor le daba largas para pagar la apuesta. Rossini le fue a ver un día y le dijo: 

–Oye, ese famoso pavo, ¿cuándo se come? 
–Sabe, Maestro, no es todavía la estación de las trufas de primera calidad. 
–¡Que no, que no! Eso es una falsa noticia que difunden los pavos para no hacerse rellenar. 

En 1864, el Barón Rothschild le mandó como regalo unos racimos de las maravillosas uvas de sus invernaderos, y recibió esta respuesta: 

–¡Gracias! Su uva es excelente, pero no me gusta mucho el vino en pastillas. 
El Barón entendió la alusión, y le gustó tanto este divertido comentario, que hizo mandar enseguida al Maestro un tonelete de su mejor Chateau-Lafitte 

El compositor Alberto Lavignac, que conocía perfectamente los vicios de Rossini, le regalaba de vez en cuando una docena de las deliciosas sardinas que se pescan en el Golfo de Gascuña. 

El Maestro le dijo un día: "Por favor, no me mande estas cosas el sábado. El sábado, hay siempre mucha gente a la mesa conmigo, y yo, cuando tengo las sardinas quisiera comerlas sólo, pero como soy tan buen marido, tengo que regalar siempre una a Olimpia (su esposa)". 

Vamos hoy con una receta sencilla y saludable, apta para el manazas más recalcitrante. Con berberechos frescos es el súmmum....

Grado de dificultad : La apertura de la lata de berberechos

Ingredientes:

- Pappardelle
- 1 lata de berberechos o berberechos frescos
- 2 dientes de ajo
- 1/2 guindilla seca
- 1 puñado de perejil
- 1/2 vaso de vino blanco seco o fino
- Acete de oliva virgen
- Sal y pimienta al gusto


Manos a la obra:
1 - Poner a Danilo Rea jazzeando La cavalleria rusticana de Mascagni.
2 - Cocer en abundante agua los pappardelle, añadir la sal cuando comienze a bullir el agua.

La salsa

3 - Mientras tanto hacer un refrito con el aceite de oliva, el ajo picado, la guindilla, añadiendo el vino tras dorar los ajos.

Los suculentos berberechos

4 - Si son frescos purgar durante media hora los berberechos en agua con sal para que desprendan los posibles restos de arena, hervirlos en agua y sacarlos nada más abran para que no se pasen de cocción y queden jugosos, si son de lata añadirlos simplemente a los pappardelle cocidos y escurridos.

Aspecto final
5 - Volcar la salsa sobre los pappardelle y los berberechos, servir y a......triunfaaaaar.


martes, 25 de junio de 2013

Pimientos del piquillo rellenos de chipirones y gambas



Aspecto fin al de los pimientos
Una declaración de amor

La primavera propicia los estados depresivos. También fomenta el enamoramiento. Ignoro si existe una relación directa entre ambos fenómenos, aunque intuyo que sí.
Hace 22 primaveras, el 31 de marzo de 1987, un senyor de Barcelona llamado Ramón Cabau hizo una declaración de amor extraordinaria y terrible.
Ramón Cabau, nacido en 1924, era licenciado en Derecho y Farmacia. También era perito agrónomo. Obtuvo su primer empleo en una farmacia de la calle de Gignàs, en la zona más céntrica y antigua de la ciudad, y al poco tiempo conoció a una de las hijas de Agustí Agut, uno de los patriarcas de la restauración barcelonesa. La pareja contrajo matrimonio y Cabau se integró en el clan Agut, lo que suponía trabajar en el restaurante del mismo nombre.
Ramón Cabau
El farmacéutico no tardó en independizarse. Quizá en un desafío al suegro, abrió su propio restaurante muy cerca del establecimiento familiar. No hubo ruptura: el nuevo local, situado en la calle de la Trinitat, esquina Avinyó (la calle cuyas prostitutas inspiraron el famoso cuadro de Picasso), se llamó Agut d'Avinyó. A finales de los sesenta había adquirido ya un notable prestigio, y en los setenta se convirtió en un templo gastronómico.
Cabau fue tan famoso como su restaurante, o más. Su bigote imposible, su pajarita, sus chaquetas ajustadas y su enorme simpatía le convirtieron en una celebridad de La Boquería, el mercado al que acudía diariamente a hacer la compra.
La Boquería, creada como Mercado de Sant Josep, se asentaba en una antiquísima zona comercial. Cuando Barcelona aún tenía murallas, los payeses solían acudir a la Rambla, el torrente que discurría extramuros, para ofrecer sus productos. En 1842, gracias a la desamortización de fincas eclesiásticas, la ciudad estableció allí mismo, frente a la Barcelona vieja y en el ingreso del Raval, también llamado Barrio Chino, una estructura cubierta para los tenderetes o paradas de los vendedores. La Boquería, un pequeño universo de color y aromas, es uno de los lugares más fascinantes y genuinos de Europa.
Ramón Cabau era el rey de ese pequeño universo. En su restaurante se experimentaba con la nueva cocina (la burguesía pudiente y la gauche divine, es decir, padres e hijos de una misma clase social, trasegaba platos como las judías con caviar) y se practicaba una estricta devoción al producto de calidad y de temporada; Cabau, sin embargo, disfrutaba especialmente de su ceremonia cotidiana en La Boquería. No se limitaba a comprar: sugería ideas, proponía mejoras, animaba a los vendedores a incorporar tal o cual producto en su oferta. Fue Cabau quien convenció a Llorenç Patràs, que criaba pollos cerca de Montserrat, para que abriera una parada de setas en el mercado barcelonés. Patràs, hoy, es una institución.
En 1984, Cabau dejó el restaurante. Pero siguió acudiendo a La Boquería, convertido en proveedor: vendía las verduras de calidad que cultivaba en su finca de Canet, al norte de Barcelona.
El 31 de marzo de 1987, como cada mañana, Ramón Cabau apareció en La Boquería. Parecía bajo de ánimo, algo no demasiado inhabitual últimamente. Entregó una flor a cada uno de sus amigos del mercado, charló con varios de ellos, dio una última vuelta de honor. Poco después de las nueve, pidió un vaso de agua. Con el agua ingirió una píldora de cianuro. Murió allí mismo.
Ignoro cuál fue la tragedia íntima de Ramón Cabau y no me adentraré en ese territorio doloroso, reservado a la familia y a los amigos. Lo que me interesa es la declaración de amor. Cabau eligió morir en La Boquería y quiso hacerlo temprano, cuando el mercado hierve de actividad: el lugar y la hora de sus momentos más esplendorosos. Se despidió con flores, no con reproches. Regaló una última sonrisa. Y dijo adiós.

Uno de los callejones que desde la Rambla se adentran en La Boquería lleva el nombre de Ramón Cabau. Qué menos. No creo que exista en el mundo un mercado que haya merecido una declaración de amor tan auténtica y desesperada.

Después de esta hermosa historia, vamos hoy con una receta que realiza un trasvase Cantábrico - Mediterráneo pasando por Navarra.

Grado de dificultad : Abstenerse personal estresado de pulso alterado

Ingredientes:
- Pimientos del piquillo para rellenar
- 1 docena de chipirones (se pueden emplear congelados)
- 1/4 Kg de gambas peladas (se pueden emplear congeladas)
- 4 dientes de ajo picados
- 2 cebolletas picadas
- 1 pimiento verde picado
- Aceite de oliva virgen
- Sal y pimienta al gusto
- 1 vaso de vino blanco seco o amontillado
- 2 cucharadas de pulpa de pimiento choricero

Manos a la obra:
1 - Poner a Urbie Green jazzeando el Ave Maria.
2 - En una olla añadir el aceite y pochar 2 dientes de ajo, 1 cebolleta y el pimiento verde salpimentados a fuego lento durante aproximadamente 5 minutos.
3 - Añadir los chipirones y pochar otras 15 minutos.
4 - Picar las gambas en trozos y añadir al sofrito durante un par de minutos más.
5 - Un vez enfriada la mezcla, rellenar los pimientos y reservar
6- Para la salsa pochar en aceite dos dientes de ajo y la cebolleta salpimentados a fuego lento durante 15 minutos, añadir la pulpa del pimiento choricero, 
verter el vino blanco, dejar evaporar y hervir durante 5 minutos más.
7 - Pasar por la batidora y dejar reducir para concentrar sabores.
8 - En un plato colocar los pimientos rellenos, napar con la salsa, servir y a......triuunfaaar.

sábado, 22 de junio de 2013

Codornices marinadas con crema de calabaza

Aspecto final de las codornices
Las aves propician una cocina de corral o de caza menor. En la primera es notable la desarrollada en granjas exigentes con su propia producción, como la que en Bergara atiende la cría de codornices. Esta producción, selecta aunque masiva, da pie no sólo a un consumo directo de esta carne, sino también a una floreciente industria de charcutería y conservas. Las pechugas de oca se envasan al vacío y se destinan al consumop directo, e igual puede decirse del foie gras, del foie gras trufado y de la mousse de foie.
En la provincia de Álava, al igual que en Navarra, se cazan perdices y codornices. En los cotos privados se crían faisanes y azulones, pero la caza es escasa y suele procurarse de regiones limítrofes, pues los vascos son muy aficionados a la cocina cinegética. También se consumen palomas y becadas o sordas de gran calidad, que dan lugar a un plato preparado en Vizcaya. Hay chilindrones vascos de pollo, salteados de diversas fórmulas: pollo batzoki, menestra de pollo, ocas con castañas, gallina alm puchero, pulardas a la bearnesa, guisado de palomas torcaces de Echalar, malvices al chocolate o a la cazuela. El jabalí ha incitado una cocina de valles vascos y navarros, especialmente en el del Roncal.

Manuel Vázquez Montalbán - La cocina de los finisterrres (Carvalho gastronómico)

-¿Es usted delantero centro?
- Como si lo fuera. Soy un bota de oro en mi profesión.
Camps O?Shea abarcó de una mirada todo el contenido del despacho y luego la dejó en los ojos de Carvalho, como quién hace un inventario completo e irónico.
- No se fíe de las apariencias
- No se preocupe. Las apariencias quedaran entre usted y yo. haga un presupuesto y un plan.
Se abotonó su chaqueta de alpaca y la ajustó a su anatomía con la misma suavidad con que hablaba y probablemente existía. Tenía el esqueleto de lujo. ya en la puerta, le detuvo la pregunta de Carvalho:
- ¿Le interesa a usted mucho el fútbol?
El relaciones públicas se volvió y calculó el efecto que podía provocar su respuesta.
- Como deporte, me parece una ordinariez estúpida. Como fenómeno sociológico, me parece fascinante.
Y se marchó definitivamente sin tiempo para oír lo que Carvalho dijo para sí:
-Sociólogo. Lo que me faltaba.

Manuel Vázquez Montalbán - El delantero centro fue asesinado al atardecer 


Vamos hoy con una receta de codornices, lamentablemente de granja, uno qué más quisiera...., adaptada de otra del magnífico restaurante guipuzcoano Zuberoa.

Grado de dificultad : No ser alérgico a la calabaza a pesar de Halloween.

Ingredientes: 

Para las codornices marinadas:


Algunos de los principales ingredientes

- 6 Codornices 
- 1/ 2 vaso de aceite de oliva virgen
- 2 cucharadas de soja- Verduras (1 chalota, 1 puerro, 1 zanahoria)
- Hierbas aromáticas (tomillo , romero, salvia)
- 1 chorrito de vinagre de Jerez 
- 1 vaso de caldo de carne (en su defecto pastilla de concentrado de carne) 
- Sal y pimienta al gusto 

Para la crema de calabaza:
- 1 trozo de calabaza



Una almendras

- Un puñado de almendras

- 1/2 vaso de aceite de girasol

- 1 copa de vermút
- Sal y pimienta

Manos a la obra:
1 - Poner a Wynton Marsalis jazzeando a Scarlatti.
2 - Limpiar bien las codornices.


Operación descuartizado

3 - Cortar y sacar las pechugas y los muslos.


Cocción de la salsa

4 - Dorar en el horno o en una cazuela, el resto del esqueleto con las verduras bien pochadas y el vaso de caldo.

La joya de la corona
5 - Colar y dejar reducir el jugo hasta concentrar los sabores en una salsa espesa.

Operación marinado
6 - Marinar las pechugas y los muslos mezclando aceite de oliva, soja, hierbas, vinagre, sal y pimienta. Batir todo y después introducir en esta mezcla las pechugas de codorniz durante 4 horas a temperatura ambiente.

Para el aceite aromatizado de almendras:

1 - Para hacer el aceite de almendras, tostar las mismas en sartén a temperatura fuerte durante unos pocos minutos.

2 - Una vez tostadas y peladas, se introducen en el aceite de girasol y se mantienen a 50º C durante 4 horas.

Para la crema de calabaza:


La calabaza asada

1 - Pelar y cortar la calabaza en tacos, añadir el vermút, salpimentar, sazonar con un poco de aceite y hornear en seco durante 25 minutos a 200ºC.
2 - Cuando esté blanda lo retirar y pasar por el pasapurés.
3 - Mezclar con un poco de aceite de almendra y emulsionar.

Acabado y presentación:

1 - Calentar los platos en el microondas


Muslos en proceso de plancha....

.........las pechugas


2 - Saltear los muslos en la sartén (previamente calentada), a continuación las pechugas por el lado de la piel exclusivamente. Tened en cuenta que los muslos requieren más tiempo de cocción que las pechugas.
3 - Disponer una porción de crema de calabaza en el centro del plato y en los laterales las pechugas y los muslos de codorniz. 
4 - Napar con la reducción del jugo de codorniz y espolvorear unos granos de sal Maldon.

Yemas de espárragos trigueros
5 - Se pueden acompañar de unas yemas de espárragos verdes previamente cocidos y pasados brevemente por la placha.
6 - Servir, y a.............triunfaaaaaar.

martes, 18 de junio de 2013

Papas "arrugás" con mojo picón


Aspecto final de las "papas arrugás"
Todas las cocinas son mestizas. Sólo el crudívoro puede presumir de conservar, si quiere, una cocina tan original que se remonta al instinto depredatorio. Pero hay cocinas más mestizas que otras. En España, por ejemplo, el sustrato árabe se percibe en la dulcería de todo el territorio, pero, sobre todo, en las cocinas de los lugares de más larga instalación musulmana. Se producen así fenómenos como el subsuelo arabizante de una cocina tan mediterránea como la murciana, y ese mismo subsuelo sostiene los encuentros culinarios de las Andalucías, encuentros de todos los pasados: musulmán, cristiano, judío y converso, donde se demuestra que a veces se consigue superar la maldición de Julio Camba: "la cocina española está llena de ajo y prejuicios religiosos". Mestizas para Carvalho son las cocinas de Extremadura, castellanizadas en el norte y andaluzadas en el sur, siempre con el toque fundamental del pimentón de La Vera.
Y mestiza donde las haya es la cocina de las Canarias, entre el paladar guanche y los paladares de las Américas, sin olvidar los toques de cosmopolitismo que les aporta su condición de portaaviones oceánicos: si es difícil ponerles puertas al campo o a la mar, más todavía lo es ponérselas a los océanos.

Manuel Vázquez Montalbán - La cocina del mestizaje (Carvalho gastronómico)

No había encontrado el duende, pero si excelentes jamones en la sierra de La Alpujarra y en Ronda y Montejaque, así como vinos de pre y poscomida absolutamente atribuibles a una etapa en que la humanidad y la geografía estaban en buenas relaciones con la Providencia. Cuando llegó a Marbella ya se había tomado diez copas de fino y embuchado un banco completo de pescadito frito picado aquí y allá.

Manuel Vázquez Montalbán - Historias de padres e hijos

Vamos hoy con el paradigma de la cocina canaria, unas humildes "papas arrugás" que bien hechas, resucitan a un muerto, o a varios, dependiendo de la cantidad del picante.
.
Grado de dificultad: Localizar patatas del tamaño adecuado

Ingredientes:
Para las papas arrugás
- Patatas de pequeño y similar tamaño
- Sal gruesa en cantidad
Para el mojo picón
2 dientes de ajo
- 1 cucharada de pan rallado
- 1 guindilla de cayena
- 2 cucharadas de pimentón picante
- 2 cucharadas de comino
- Un chorro de vinagre de Jerez
- Aceite de oliva virgen
- Sal al gusto

Un humilde prodigio culinario

1 - Poner el concierto de Ludovico Einaudi en el Royal Albert Hall
2 - Disponer el pimentón y el comino en el vaso de la batidora, agregar los ajos y la cayena, cubrir con aceite. 
3 - Triturar con la batidora, añadir una pizca de sal y un chorrito de vinagre, mezclar concienzudamente. 
4 - Disponer en una salsera o vaso y añadir por encima una cucharada de pan rallado.
5 - Lavar las patatas y colocarlas en una olla con la mitad de la sal, añadir agua hasta cubrirlas casi por completo y poner al fuego.
6 - Cuando el agua empiece a hervir, bajar el fuego y dejar cocer unos 20-25 minutos. 
7 - Pasado este tiempo retirar el agua y secar las patatas. 
8 - Ponerlas nuevamente en la olla al fuego y añadir el resto de sal.
9 - Dar vueltas para que la sal y el calor vayan arrugando las papas. 
10 - Servirlas con el mojo picón y a ..........triunfaaaaar.

sábado, 15 de junio de 2013

Crema de verduras con polvo de chorizo


Aspecto final de la receta
El gourmet jamás olvida el nombre del muerto. Es más, mientras se lo come hace expresa mención de él, sea jabalí o alcachofa, y recuerda otros asesinatos y decoraciones anteriores, porque el placer de comer suele ir acompañado del de la memoria de pasados festines. Entre la arbitraria e hiperbólica adjetivación del gourmet abunda el término “memorable”. El gourmet devora dos veces al mismo tiempo, lo que come y lo ha comido. La cocina es una metáfora ejemplar de la hipocresía de la cultura. El llamado arte culinario se basa en un asesinato previo, con toda clase de alevosías. Si ese mal salvaje que es el hombre civilizado arrebatara la vida de un animal o de una planta y se comiera los cadáveres crudos, sería señalado con el dedo como un monstruo capaz de bestialidades estremecedoras. Pero si ese mal salvaje trocea el cadáver, lo marina, lo adereza, lo guisa y se lo come, su crimen se convierte en cultura y merece memoria, libros, disquisiciones, teoría, casi una ciencia de la conducta alimentaria. No hay vida sin crueldad. No hay historia sin dolor.

Nacido como intermediario entre la necesidad y el placer de comer, el gourmet fue siempre un crítico cultural in pectore, formó, pues, una vanguardia orientadora del gusto en la parcela que precisamente da sentido a la palabra gusto. Como institución, nace y se instala en los siglos XVIII y XIX, paralelamente a la institución de la crítica en todas las manifestaciones de la creatividad.

El crítico era y es un orientador del gusto que vendía su propia necesidad, que se autolegitimaba como un guru indispensable, situado por encima del paladar común. La divulgación del saber, la socialización del patrimonio, han relativizado el papel del crítico en todos los territorios de la creatividad. Pero donde el ejercicio crítico de la cultura sigue al parecer ejerciendo de intermediario indispensable es en el territorio de la gastronomía, tal vez porque el saber gastronómico se ha masificado más tardíamente que el literario o el artístico, tal vez porque en gastronomía es casi imposible la buena obra reproducida en serie y en cambio la reproducción en serie ha afectado ya a las artes plásticas, divulgando códigos y goces que en un inmediato pasado sólo estaban al alcance de los coleccionistas y los sibaritas. Todavía a comienzos de este siglo buena parte de la convulsión reformadora de las artes fue posible porque ricos coleccionistas abrían sus salones a los artistas prometedores, antes de convertir en trofeos en piezas socializadas de museo. Ni la industria conservera ni la de la congelación han conseguido crear una cocina de calidad masificada y tal vez por eso el gourmet puede seguir investido de su sacerdocio.
No diré yo que el sacerdocio del gourmet sea tan peligroso como otros sacerdocios. Evidentemente, es menos peligroso que el sacerdocio político o religioso, pero es sacerdocio al fin y al cabo, y nuestro tiempo, aunque a fines del segundo milenio finja una dirección contraria, se caracteriza por la constatación de la inutilidad de las religiones y sus profesionales, por la apología de una cultura de la participación frente a una cultura escindida entre la prepotencia del emisor y la sumisión del receptor. El gourmet ha creado mitos gastronómicos, deificado cocinas nacionaes, introduciendo modas que a veces se convierten en hábitos no replanteados y fomentado, tal vez en su aportación, más positiva, una curiosidad del paladar, tan necesaria como la curiosidad de la retina que ha hecho posible que el mismo ojo degustador de Goya pueda degustar un Bacon o un Henry Moore. Dado que el rito gastronómico se basa en el fuego, conserva, como la cerámica, algún parentesco con la magia y la imprevisibilidad del resultado, aunque se produzca a partir de ingredientes fijos y programados: dos bacalaos al pilpil jamás son exactamente iguales entre sí, ni dos oreilles à la belle Aurora. En nombre de un ritual aparentemente inocente, el gourmet convierte en delicadeza actos de crueldad que puedan extremar la futura sensación de placer en el paladar. Bastará una breve enumeración de crueldades normalmente admitidas en cocina: cocer vivos a los caracoles después de haberlos lavado con agresivos vinagres; mutilar langostas y echarlas vivas a la olla llena de agua hirviendo; ahogar pajaritos en vino para que todas sus células se emborrachen, así como el breve aire que almacenan sus pechos asfixiados. Hastiado de carnes convencionales, el gourmet se jacta del gusto fuerte de los animales cazados, no sacrificados, porque la muerte en huida endurece el músculo y sólo mediante la maceración posterior las carnes atemorizadas acuerdan un justo punto.

También se glosa la gloria de la matanza del cerdo, acto bárbaro en el que el nimal es conducido al degüello mediante un garfio clavado en su hocico, sin que sus alaridos aterrorizados provoquen otra que la urgencia crispada del matarife, muchas veces inexperto, amateur.

Brillat-Savarin, padre espiritual de tan bárbaros cultos, sostenía que el papafigo o becafigo es el más delicioso de los pájaros. Pero no le extasiaban sus trinos o sus graciosos ladeamiento de cabeza, si no sus suaves carnes, que proponía comer sólo apenas saladas y con maneras sumamente expeditivas: “Pocos saben comer estos pajarillos: he aquí el método, tal como me ha sido transmitido, confidencialmente, por el canónigo Charcot, gourmand por estado y gastrónomo perfecto, treinta años antes de que se conociera su nombre. Tómese por el pico uno de estos pajarillos gordos y espolvoréese con un poco de sal; quítesele el buche; métase diestramente en la boca; muérdase y córtese diestramente con los dientes muy cerca de los dedos, y mastíquese con rapidez. Se obtiene así un jugo tan abundante que envuelve todo el órgano y se obtiene así un plato desconocido por el vulgo”. Mejor connotación de la miseria y grandeza de un gourmet, imposible. Complicidad confesional de secta entre el canónigo y el gastrósofo y conciencia de paladar exquisito, por encima del vulgo. Excepto el canibalismo y la utilización del hombre como manjar de bestias, Brillat, y cualquier gourmet, lo acepta todo. Aquel gran cínico ilustrado reprochó en su Fisiología del gusto que un gourmet romano, Vadio Polión, cebara a sus lampreas de vivero con los cuerpos de algunos de sus esclavos, extremo que le reprochó el emperador Domiciano. “Debería haberle castigado”, opina, muy humanistamente, Brillat-Savarin; sin atender a que también las ostras, las almejas, los mejillones tiene sentido del dolor y que cualquier buen comedor de marisco se jacta de comerlos vivos”. En cualquier caso, por lo leído, se me antoja que la cultura burguesa, de la que proceden los gourmets contemporáneos, jamás consiguió ni conseguirá crear gourmets tan exhibicionistas e insoportables como los romanos. No hablemos ya del cretino de Apicio –tendrá su capítulo--, capaz de guisar talones de hipopótamos, y limítese mi contenida indignación a citar a Jean-François Revel, que en Festín en palabras, cuenta que los gourmets romanos, según testimonio de Juvenal, “…al primer bocado distinguían una ostra de Circeo de Ikas de la roca de Lucrina, o de los fondos de Rutupia y eran capaces de dictaminar, al primer golpe de vista, en qué orilla había sido capturado un erizo”.

Pero ¿qué es un gourmet? La Real Academia Española sólo acepta el término gastrónomo y lo define como “persona aficionada a comer bien”. ¿Mucho? ¿Sanamente? ¿Con buenos modales? En el pasado se utilizaron términos como gastrofía o gatrósofo, que etimológicamente quiere decir ciencia del estómago y sabio del estómago. Un experto en gastronomía como Carlos Delgado en su diccionario sobre la materia connota mejor que la Real Academia la significación de gastronomía: “Arte de preparar y apreciar una buena comida”, cerca del concepto englobador de “anfitrión” con el que Grimod de La Reynière definía al “organizador” de una buena comida. El copríncipe de la gastronomía, junto a Brillat, desdeña el concepto “gastronomía” y reivindica el de “anfitrión”: “Un especialista ante todo –matiza Xavier Domingo en su prólogo a Manual de anfitriones y guía de golosos de Grimod—. A la cabeza de un pequeño ejército de profesionales a su servicio, cocineros, maîtres, pinches y mayordomos, posee a la perfección el arte combinatorio de la comida, da la norma, reúne a la sociedad y en definitiva mueve todo el tinglado del “circuito nutritivo” al que aporta hallazgos, añade productos y reforma constantemente gracias a su comedido afán de novedades golosas y a su voluntad de que las cosas de la cocina adelanten y progresen, siempre dentro de un orden, claro está. El anfitrión, políticamente, pertenece a la rara especie de los “conservadores progresistas”. Su casa es su centro social, y el centro de su casa es la cocina y el comedor. Un laboratorio y un gabinete de trabajo y placer”.

El Larousse gastronomique dice que el gastrónomo es aquel “…gourmet que sabe analizar sus sensaciones gustativas”, según la definición clásica de Simon Arbellot. Pero luego la voz gourmet se convierte en una nebulosa de negaciones más que de afirmaciones y reduce el concepto a “experto en degustaciones de vinos y aguardientes”. Un gourmand en cambio sería originalmente un glotón, aunque Brillat, al que recurre el Larousse como cita de autoridad, reaccionara contra esta concepción y la acerca explicativamente a la definición de gastrónomo que hemos tomado de Carlos Delgado. Gourmet sería, pues, un experto que aprecia una buena comida, puede descodificarla y proponer nuevos códigos de conducta gastronómica. Grimod prefiere emplear la palabra goloso, no reducida a la acepción castellana de partidario de los dulces, sino como “…aquel que tiene un gusto refinado cuyo origen reside en un paladar exquisitamente delicado, logrado tas una larga experiencia. En él todos los sentidos deben acoplarse al gusto, pues tiene que saborear los bocados antes incluso de llevárselos a la boca. Es decir, que mirada debe ser penetrante, su oíd alerta, su tacto fino y su lengua hábil. Así el goloso que la Academia nos pinta como un ser grosero es por el contrario un ser dotado de una extraordinaria delicadeza y de vigorosa salud.”
Grimod de la Reynière utiliza todos los sentidos para la operación golosa, pero evidentemente la fisiología del gusto se basa en el gusto y el olfato, aunque la vista intervenga como instrumento de propuesta. Brillat-Savarin constata que el sentido del gusto es tan importante como el genésico o el del amor físico, el que nos lleva hacia el otro como objeto de deseo sexual y como pulsión hacia la reproducción. El gusto nos ayuda a sobrevivir mediante la combinación de la nutrición y el placer y acaba siendo, tanto en Brillat como en Grimod, la clave de una filosofía total sobre la vida y el mundo los otros. Influido por el cientifismo naturalista, Brillat busca los fundamentos científicos del gusto mediante la descripción de los órganos que lo hacen posible y cómo se combinan lengua, cavidad bucal y narices para conseguir el resultado feliz del paladear y apreciar la textura y el aroma de los alimentos manipulados por la cultura culinaria. Más fríamente, el científico Goudot Perrot en Los órganos de los sentidos nos dice que el gusto se basa en la quimiorreceptividad y la quimioselección de las sustancias disueltas, divididas en sípidas e insípidas. Las que nos interesan son las sípidas, y no hay mucho de donde elegir: ácidas, saladas, dulces, amargas.

Cualquier excelente plato puede explicarse meditante la siguiente jerga: holósidos, heterósidos, halógenos, sulfurados, alcaloides, etc., etc., y una combinación de pH 2, 63 con Mg + 2 y Ag + 2 igual sabe como para chuparse los dedos. El lenguaje científico, cuando deja de ser ambiguo, arruina la poesía; al fin y al cabo, cualquier alimento se descompone en proteínas, lípidos y glúcidos; y el ajo, tan presente en la cocina española, no es otra cosa que una combinación afortunada de aromas sulfurosos. Sic transit gloria mundi.



Si una aproximación científista a la hora de “comer bien” te deja por los suelos la moral de gourmet que puedas conservar, cuando en esta juerga se mete el antropólogo te hunde en la más negra miseria de las creencias; y si aún te quedan fuerzas para enfrentarte a una sociología de la cocina es ya casi in articulo mortis y sólo te queda el recurso de hacer tuya la máxima de Mika Waltari: La vida es una borrachera y la muerte su resaca.


“En el cuerpo a cuerpo culinario se expresan miles de cuerpos, mil bocas que tragan, mil anos que excretan, mil vientres que gruñen y millares de alimentos preparados, socializados, soñados que nos asaltan de uno a uno, burlándose de la institución, estallando en lo imaginario alternativa y simultáneamente.” Socióloga tenía que ser Noëlle Châtelet para sostener tal visión de La aventura de comer, en el polo opuesto del anfitrión, el gourmet, el gourmand, el gastrónomo. Entre el estructuralismo y el psicologismo, la señora Châtelet ve la cocina como el vientre de la casa, el lugar donde viene “la cosa absorbida”, sea el pan con mantequilla o el más complejo salmis de pato y, en definitiva, “lo absorbido” se limita a pasar de la “máquina boca” a la “máquina ano” por una distancia no tan corta como la línea recta, porque el recorrido se complica en la “máquina intestinal”. El dilema del comedor actual, arremete cruelmente madame Châtelet, se centra en elegir entre la obsesión médica por la maquinaria orgánica y el proceso de identificación buco-anal, sin que le sirva la síntesis de Feuerbach de que “el hombre es lo que come”. Tan dramática es esta tensión, experimentada por el gourmet filósofo, sobre todo si es estructuralista y respeta a Deleuze, quien sueña en un sí mismo sin órganos que se opongan al placer espontáneo de la relación feliz entre la máquina boca y la máquina ano. ¿Defecar no será, acaso, la confirmación de que nuestras vidas son los ríos que van a la mar, que es el morir, metáfora fija en el tratamiento del ubi sunt de la poesía medieval? Hasta los más líricos poetas de lo gastronómico, como Curnonsky, abastecen a madame Châtelet de ejemplos que confirman su tesis. Se come y al hacerlo se hace el amor e, invirtiendo la relación, hacer el amor siempre tiene algo de ejercicio caníbal, porque la boca es un órgano vivo que se rige por su propia conciencia de avidez, de absorber, como una pulsión original de todo lo vivo para sobrevivir. La socióloga-antropóloga nos reserva una sorpresa hispanista para el final de su alucinante análisis de la operación de comer: “El huevo nos ha conducido hasta el ojo y el ojo hasta el culo: ahí tenemos como, de forma inesperada, cerramos el círculo, cerramos el círculo con el texto ya citado de Quevedo, Gracias y desgracias del ojo del culo, en el que el culo se compara constantemente con el sol por el lugar central que ocupa geográficamente y simbólicamente en la escala corporal ¿No es la prueba que buscábamos?”. Es una respuesta que sólo la señora Châtelet está en condiciones de darse a sí misma.

Una reflexión sobre la cocina sólo puede hacerse desde el desenfado, aunque esta declaración de principios implique el riesgo de analistas al modo chateleriano que descubran el complejo de culpa que subyace en todo partidario de la felicidad. Ser partidario de la felicidad implica un ejercicio de desalienación constante ejercido incluso contra una excesiva toma de partido en pro de la felicidad. La gastronomía es un saber gratuito donde los haya, porque modifica artificialmente la relación saber-necesidad de la alimentación. Sólo se puede reivindicar desde un espíritu lúdico que implique la misma toma de posición gastronómica, y en cuanto el gourmet cae en la tentación del sectarismo y el dogma, se convierte en un pedante árbitro de la nada.

Afortunadamente, los comentaristas de la cocina modernos –y los españoles se incluyen entre ellos— han rechazado el modelo del gourmet selectivo y dictador, codificador de conductas, y lo han sustituido por el orientador irónico que propone un conocimiento cómplice a través del filtro de la ironía condescendiente con un vicio inocente. La gravedad sobre el conocimiento gastronómico se la reservan gourmets advenedizos refugiados en el penúltimo territorio de singularidad que le queda a la obra única y fugaz, o bien científicos que desde la antropología o la sociología convierten la gastronomía, cuando no la simple alimentación, en la prueba de esquemas cientifistas que tratan de hacer coincidir con un conocimiento sistemático de la conducta humana, individual y socialmente. No es que no pueda o no deba realizarse esta aproximación cientifista, pero, al igual que la aproximación del gourmet, tiene a ser mutiladora de una relación libre y placentera con el comer como goce en el que participan el espontaneísmo y la cultural, el azar ya la necesidad.

El conocimiento antropológico clarifica sobre todo el origen de la alimentación y sus rituales. El social-histórico explica la evolución de los usos alimentarios ligados a la evolución del conocimiento aplicado a la explotación del medio ambiente considerado como fuente de alimento en relación con el trabajo humano. Finalmente, el conocimiento estrictamente gastronómico implica memoria arqueológica de situaciones gastronómicas reconstruidas con la ayuda de la imaginación y la propia experiencia del comentarista, convertido en cronista de un instante de la evolución del gusto. El gourmet es otra cosa. Es un sacerdote ensimismado, esclavo de la drogadicción del sabor singular y envilecido a partir del momento en que se socializa, desde la dimensión del grupo de iniciados hasta la de la sabiduría convencional de una mesocracia del paladar. Normalizar el conocimiento gastronómico me parece una tarea menor, pero por eso me apetece, en un contexto en que todo saber menor se esfuerza por ponerse tacones postizos que aumenten su estatura. La gastronomía tiene una lógica histórica y una estructura sociológica que refleja la sociedad que la contempla.

Contra los gourmets, la búsqueda de un saber normalizado e irónicamente socializado. Contra los gourmets como aprendices de teólogo, aunque no sea la suya la única ni la peor teología que se cierne sobre la operación de comer.


Manuel Vázquez-Montalbán - Contra los gourmets

Vamos hoy con una receta sana y cuasivegetariana, rescatada para los adoradores de los productos porcinos, con la milagrosa inclusión de un polvo de chorizo.

Grado de dificultad : Saber poner en funcionamiento el microondas

Ingredientes:
- 1 puerro
- 2 zanahorias
- Un manojo de acelgas
- 1 patata
- 1 calabacín
Los ingredientes pueden ser infinitos
- Un vaso de agua
- Un trozo de chorizo de sarta o similares cortado en rodajas
- Sal y pimienta al gusto
- Un chorro de aceite de oliva virgen
- Papel de horno

Manos a al obra:
1 - Poner a Rita Marcotulli jazzeando el "Us and Them" de Pink Floyd.
2 - Lavar y trocear las verduras (éstas pueden variar en función de gustos)
3 - Rehogar las verduras con un chorro de aceite, salpimentar y cocer en olla expréss con un vaso de agua durante aproximadamente 6 minutos
4 - Retirar del fuego, pasar por la batidora y corregir el punto de sal si fuese necesario.


Colocar entre papel de horno
5 - Durante la operación de la cocción de las verduras, colocaremos las rodajas de chorizo entre dos papeles de horno y entre dos platos, los introduciremos en el microondas a la máxima potencia durante 1 minuto exacto. Retirar

Aspecto tras ser sometido al microondas

El "polvo" de chorizo
6 - Machacar el chorizo en un mortero hasta que se convierta en algo similar al polvo.
7 - Servir la crema de verduras en un plato, adornar con una franja de polvo de chorizo y un chorrito de aceite de oliva, servir, y a.......triunfaaaaar.

martes, 11 de junio de 2013

Pasta fresca casera con anchoas

Fetuccini caseros
Veinticinco años de Carvalho 

Nació en Yo maté a Kennedy, 1972, como un héroe subnormal a la sombra de mi ensayo Manifiesto subnormal. Lo editó Planeta porque la censura se lo prohibió a Seix Barral y la novela fue a parar a los montones de libros de saldo de El Corte Inglés. En una etílica noche de 1973, Pepe Batlló y Frederic Pagés me tomaron la beoda palabra: la novela española entronizada era una ilegible mierda jaleada por los preciosos ridículos de una crítica con complejo de cosedores del himen de la doncella literaria por el realismo social, los personajes tardaban 30 páginas en subir una escalera y era preciso recuperar la inocencia narrativa de las novelas de guardias y serenos. Es más, añadí, sin duda bajo la influencia de un whisky desorejado, yo soy capaz de escribir una de esas novelas en 15 días. Lo hice. Se nota. Tatuaje parece escrita por el aduanero Rousseau entre cuadro y cuadro.
Veinticinco años después de Yo maté a Kennedy, Carvalho es un referente convencional en 24 lenguas y hasta lo citan como habitual de su imaginario quienes no han leído nunca las novelas que protagoniza. Ha recibido una docena de premios internacionales, uno de ellos concedidos por Sciascia expresamente a Asesinato en el Comité Central y El pianista, ex aequo, y alguna parte tiene Carvalho en el Premio Nacional de las Letras que Vázquez Montalbán recibiera en 1995. Las novelas de Carvalho, más allá de la transición española, trazan el viaje desde la edad de la inocencia de la década de los sesenta a la edad de todos los empleos precarios y desempleos estables, esta globalizada edad de la desesperanza. Carvalho se ha metido en las mejores nostalgias y los más lúcidos nihilismos y asiste a su edad de plata molesto con el autor que ha prometido matarlo en el 2000. Es más. Recientemente en Viena, Carvalho interpretó un monólogo contra Vázquez Montalbán (Antes de que el milenio nos separe), próximamente representado por el Teatro de la Abadía, según acuerdo con José Luis Gómez. Allí Carvalho dice todo lo que piensa de mí y denuncia cuántas veces se sintió traicionado por mis instrumentalizaciones. Partidario de la novela necesaria, aunque sea negra, fucsia o verde, Carvalho exige el reconocimiento de su contribución a una teoría de la desesperanza ética, laica final de milenio. 
Se sabe un mal protagonista de polar. Pocas novelas policiacas se niegan a desvelar quién es el asesino porque de hacerlo el lector se sentiría defraudado porque ha completado el largo viaje de la lectura sin conseguir la confianza del autor. El lector trata de saber tanto como el escritor, sea la novela policiaca o no lo sea, y se puede establecer un paralelismo entre la indagación de la finalidad del relato con el viaje que los filósofos griegos presentaban como la base del conocer: partir de las causas primeras hasta llegar a la causa última y a la vez original, alezeia, quitarle el velo a la diosa, alezeia, quitarle el conocimiento del asesino al autor. 


- Carvalho y yo: ¿quien es el asesino?
- Yo maté a Kennedy 
- Tatuaje
- La soledad del manager
- Los mares del sur
- Asesinato en el comité central
- Los pájaros de Bangkok
- La Rosa de Alejandría
- El balneario
- Historias de fantasmas
- Historias de padres e hijos
- Tres historias de amor
- Historias de política ficción
- Asesinato en Prado del Rey y otras historias sórdidas
- El delantero centro fue asesinado al atardecer
- El laberinto griego
- Sabotaje olímpico
- El hermano pequeño
- Roldán, ni vivo ni muerto
- El premio
- Quinteto en Buenos Aires
- 25 años de Carvalho. Estuche Conmemorativo
- El hombre de mi vida
- Rumbo a Kabul (Milenio Carvalho, Vol. 1)
- En las antípodas (Milenio Carvalho, Vol 2)


La cultura de la ficción, sea literaria o cinematográfica, ha escogido crear un prototipo de lector que sólo se conforma si le dan finales totales, preferibles los felices, pero pasen los infelices si son finales. Nada angustia tanto como descubrir que en todo fin hay un principio porque el espectador o el lector normalmente no se autorreconoce preparado para proseguir la vida, la historia, la nada o la ficción por su cuenta. El lector de novelas criminales quiere saber quién es el asesino, por qué y para qué, y muy pocos lectores aceptan el coitus interruptus por más genial que sea. Escasos lectores leen desde la fría aceptación de que se han metido en una realidad convencional construida con palabras y que por tanto deberían ser lo suficientemente generosos como para permitir al escritor que jugara con el tiempo y con las sanciones morales. El lector prefiere lo previsible y recuerdo que la novela de Agatha Christie que menos entusiasmaba a su público habitual era la más interesante literariamente, El asesinato de Rogelio Ackroyd (1926). Alarde técnico, inusual en tía Agatha, el propio relator en primera persona es el asesino, frustrante evidencia final para el desorientado lector. El lector le quitaba velos a la diosa en compañía de un guía que era la mismísima diosa, la verdad, el asesino, la muerte.

Esta necesidad de saber quién es el asesino no sólo es fruto de una curiosidad, sino también de una actitud moral: el crimen merece ser castigado. En la historia del relato criminal abundan los finales ejemplares de asesinos impresentables y ha sido la mejor novela negra contemporánea la que se ha atrevido a proponer la ambigüedad del mal y del bien como perversa unidad de contrarios. Incluso novelistas a lo negro hay que no castigan al asesino. Ayudan al lector a desvelarlo, pero una vez desnuda la verdad no aparece la policía, ni el señor juez para imponer el peso de la ley. A esta raza pertenece Carvalho, emparedado por la doble verdad, la doble moral, la doble contabilidad de la política delincuente o del delito politizable. Yo, es decir, Carvalho, jamás ha entregado un criminal a la policía o a la justicia. No pertenece a la deontología de un detective privado el sancionar con el aparato represivo por delante, pero es que además, puesto que estamos hablando de literatura, todo escritor sabe que el verdadero asesino de su novela es él mismo. El escritor es la chica del bar y el amante de la chica del bar, el gánster y el policía, el homosexual y el fascista, el marxista y el heterosexual, la víctima y el asesino. He tratado de convertir esta evidencia en la alezeia fundamental de mi hasta ahora última novela de Carvalho, El premio. Con la referencia mítica de ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, el asesino de mi novela es el escritor. Es decir, yo. Y si no soy detenido en las horas que siguen a esta revelación es que ya no puedes fiarte ni de la literatura.

Manuel Vázquez Montalbán


He de reconocer que la primera vez que oí algo de hacer pasta fresca casera, años ha,  fue a través de una de las novelas de Carvalho. Después de habérmelo planteado seriamente, y finalmente adquirido la maquinita en cuestión, no sé muy bien si agradecérselo. Vayamos hoy con una receta sencilla que, os aseguro, hará las delicias de todos aquéllos que no hayan estado implicados en el proceso de "manufacturación" de la pasta.

He aquí la prueba

Grado de dificultad : Mejor no hablar


Ingredientes:
- 200 Gr. harina, 
- Sal al gusto
- 3 Huevos de corral
- 1 Chorro de aceite de oliva virgen extra

Anchoas del Cantábrico
- 2 Latas pequeñas de anchoas del Cantábrico
- 3 Dientes de ajo
- Aros de guindilla seca al gusto
- Perejil picado
- 1 Chorro de vino blanco de Moriles

Manos a la obra: 
1 - Poner el "Brothers In Arms" de Dire Straits.
2 - Hacer un volcán con la harina y cascar los huevos dentro. Amasar poco a poco mezclando primero con la punta de los dedos y después con toda la mano. Hacerlo con energía, que quede bien ligado. Obtendremos una masa ligeramente dura y se tiene que despegar de las manos. Si queda muy seca añadir un poco de agua y si esta húmeda un poco de harina.
3 - Dejar reposar la masa durante media hora tapada con film.para que la proteína se desarrolle y coja cuerpo.
4 - Dividir la masa en varias bolas a alisar ligeramente con un rodillo lo suficiente para pasarla por los rodillos de la máquina de hacer pasta.
5 - Al pasarla por los rodillos al principio notaremos como se puede arrugar un poco o que pueda estar un poco blanda. No pasa nada, irá tomando cuerpo al pasarla más veces, 5 o 6 por número del rodillo. Del más ancho al más fino, o hasta el grosor que queramos darle.
6 - Yo, finalmente tengo que reconocer que los corté a cuchillo después de haber hecho unos rollos para tal fin. Se enrollan las laminas, bien enharinadas para que no se peguen y cortar con el cuchillo al grosor deseado.
7 - Cocer la pasta fresca en abundante agua con sal para que suelten la harina que llevan adherida y que puedan cocer libremente. El tiempo vendrá determinado por el grosor de la pasta. Desde los 2 hasta los 5 o 6 minutos incluso. 
8 - Escurrir en agua fría para cortar la cocción y reservar.
9 - En una sartén dorar los ajos picados y las guindillas, añadir el vino blanco, las anchoas y el perejil, reducir durante un par de minutos removiendo la mezcla y volcar sobre la pasta.
10 - Disponer sobre un plato, servir y a.......¡¡¡¡triunfaaaaar!!!

Nota: Una vez recuperada la paciencia perdida tras la elaboración del plato, unos meses más tarde, podéis cocinarla nuevamente de manera distinta.